Rosa Lola Troncoso es la presidenta de la Cooperativa de Trabajo Suculentas Ltda., una organización que nació “desde adentro”, como ella define. El proyecto comenzó entre 2018 y 2019 dentro del penal de mujeres de Mendoza, cuando un grupo de internas decidió unirse para acompañar necesidades urgentes y pensar un futuro posible después de la condena.

“Lo primero fue contenernos entre nosotras”, recuerda Troncoso. La dirigente señala que la realidad del encierro femenino suele quedar fuera de la discusión pública: “Hay mucho abandono y es muy alto el grado de desamparo. Las mujeres recibimos menos visitas y eso va deteriorando todo”. En ese contexto empezaron las primeras reuniones, sin una figura jurídica definida, pero con una idea clara: sostenerse, organizarse y planificar una salida laboral que permitiera enfrentar la reinserción. “Cuando una termina su condena, lo más difícil es volver a entrar al mercado laboral. Poca gente está dispuesta a darte trabajo si tenés un antecedente penal”, explica la referente.

El primer paso fue elegir una actividad concreta. Optaron por la limpieza de obra, un oficio que no requiere de insumos costosos, pero sí de precisión y esfuerzo físico. “Es pesado, pero es un trabajo que se puede hacer bien, casi como un arte”, afirma Troncoso. El reconocimiento formal llegó en 2023 a nivel nacional y, el año pasado, a través de una resolución provincial que les permitió ampliar su campo de acción. Sin embargo, la trabajadora organizada remarca que el camino es complejo: “Contado así parece simple, pero no lo es. Hablar de cárcel siempre es difícil. Es una periferia social enorme de la que casi no se habla, excepto para pedir más castigo”.

La trabajadora reflexiona sobre la experiencia del encierro. “Lo que se pierde es el norte. El presente es tan grosero que no te permite imaginar futuro”, dice. Menciona, además, indicadores que dan cuenta de esa realidad: “En Mendoza el índice de suicidio en la cárcel de mujeres es muy alto. Y después de cada caso aparece una histeria colectiva que no se trata, solo se controla”.

Para la referente, los problemas estructurales -consumo problemático, la fragilidad emocional, la separación de hijos e hijas, la falta de acompañamiento real- quedan silenciados: “Todo se controla, no se trata. Y eso lo agrava todo”. Consultada sobre qué significa trabajar en este modelo, Troncoso reconoce que los desafíos son numerosos. “Hay mucha ignorancia. A veces nos siguen viendo como si hubiera jefas, y nosotras no queremos eso. No queremos ser la jefa de nadie”, remarca.

Para la cooperativista, lo central es que el proceso formativo empiece antes, dentro del penal: “Los proyectos fracasan cuando se diseñan desde afuera con la salud mental de la libertad. La salud mental adentro está quebrada. Sería fundamental trabajar desde antes en los principios del trabajo asociativo, para que al salir cada mujer sepa que puede ser parte de un proyecto en igualdad”. Además de las tareas de limpieza, acompañan a las compañeras que quieren iniciar emprendimientos propios: “No solo ofrecemos una actividad productiva. Ofrecemos acompañamiento para la vida, en libertad o entre muros”.

Fuente: Elaboración propia a partir de entrevista realizada en Radio Atlántica (Mar de Plata, Buenos Aires).

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