Quienes hicieron la introducción a esta Jornada recordaron que se conmemora el centésimo aniversario de la fundación de la Cooperativa Obrera de Bahía Blanca que tuvo lugar el 31 de octubre de 1920.
Esta circunstancia tiñe a la Jornada de hoy de un significado muy especial y quiero expresar que mi intervención constituye un merecido homenaje a esta Cooperativa que destaca en el panorama regional y nacional puesto que una supervivencia centenaria en un país con tantas alternativas como el nuestro constituye un mérito relevante. Basta recordar que el promedio de vida de las empresas argentinas es muy limitado: de cada diez empresas que se crean, siete desaparecen en los tres primeros años. De manera que sobrevivir cien años es, de por sí, un extraordinario mérito, pero más meritorio aún es sobrevivir un centenario siendo fiel al cumplimiento de sus valores y principios.
Mi intervención va a estar básicamente dirigida a considerar tres aspectos: inicialmente, una visión retrospectiva que ubique las raíces históricas del tema y el marco en el que nos encontramos; luego una referencia a la expansión doctrinaria del cooperativismo de consumo y su influencia en el movimiento cooperativo en general y, por último, una consideración acerca de los desafíos del presente.
Mirar al pasado no consiste, simplemente, en relatar anécdotas de lo que ha ocurrido en otros tiempos, aunque esto puede ser un entretenimiento agradable y constructivo, pero por sí solo no tiene el significado que realmente implica conocer la historia; esto es, conocer los hechos decisivos del pasado en los que se ha forjado el destino actual para tomar conciencia de él y, además, prepararse para hacer frente a los desafíos del futuro. Historiar no es un pasatiempo más o menos atractivo, sino un imperativo para transitar el camino de la vida con paso firme y seguro, como afirmaba Cicerón.
Es en ese sentido que podemos -y debemos- mirar hacia atrás para descubrir el sentido profundo del cooperativismo, porque si no hurgamos en sus raíces puede ser que nos distraigamos mirando aspectos puramente circunstanciales, que no hacen a su sentido real y profundo.
En esa perspectiva, el origen del cooperativismo de consumo -que es el del cooperativismo en general- también tiene una notoria similitud con el caso de la Cooperativa Obrera de Bahía Blanca, que está cumpliendo su centenario. De allí que la referencia sea obligada a la cooperativa cuna del movimiento cooperativo, porque ahí nos nutrimos para conocer y valorar el genuino significado de ese movimiento.
En el momento en que la Cooperativa de Rochdale hace su aparición en el escenario de la Inglaterra de mediados del siglo XIX la situación provocada por el ascenso vertiginoso del capitalismo industrial había provocado graves conflictos que no encontraban manera de encauzar su solución.
Frente a esta difícil situación, había una variada oferta de posibles opciones brindadas y cultivadas por quienes procuraban encontrar alguna salida a su crítica situación: el momento brindaba perspectivas políticas, sociales y económicas muy diversas. Por un lado, estaban los socialistas revolucionarios, pues eran las vísperas del Manifiesto Comunista, y estaban los movimientos cartistas, que aspiraban a lograr una representación parlamentaria que, en definitiva, sancionara legislación adecuada a las necesidades de las clases sociales sumergidas.
Por otro lado, los movimientos religiosos que, en suma, predicaban una suerte de resignación frente a la situación que se estaba viviendo. También quienes, por su parte, postulaban la emigración para salir de un país que estaba sumiendo a su clase más postergada en una situación que veían irremediable. Asimismo, los que predicaban la moderación de las costumbres de los trabajadores, sobre todo el exceso de consumo de bebidas alcohólicas, para con esos ahorros contribuir a mejorar su situación y lograr conductas más edificantes.
Dentro de este contexto aparece la expresión de un grupo que postula una solución diferente; una solución que pretendía -simplemente- buscar la mejora de las condiciones económicas y sociales de las clases postergadas por sus propios medios. Esto parecía a los ojos de muchos de los contemporáneos, una solución utópica, un camino inviable. ¿Cómo podrían ellos mismos resolver su situación estando sumidos en una postergación económica y social tan difícil?
Sin embargo, entendían que por vía de una asociación que les permitiera poner en común sus esfuerzos, es decir por sus propios medios y mediante la organización del conjunto, buscar una solución que no se basara en la violencia ni en la confrontación pues muchos que ya estaban saturados de una permanente postergación, no veían otra manera de salir adelante que no fuera mediante una reacción violenta.
Y este grupo pensó y postuló que la solución podría intentarse a través del esfuerzo propio, de la ayuda mutua, de la organización asociativa, de manera de encontrar una solución de la que ellos mismos fueran artífices, que no dependieran de los que llegaran al Parlamento, ni de los dirigentes políticos, ni de los ideólogos, ni de los líderes religiosos, sino que dependiera de ellos.
Ese es el profundo sentido ético que anima a este grupo que elabora la idea de buscar soluciones por sus propios medios. ¿Por qué un profundo sentido ético? Porque en definitiva lo que postulaban era la construcción de un nuevo mundo moral, donde ellos fueran protagonistas y artífices de su progreso. Y ese mundo moral se lograría reformando el carácter de las personas a través de la educación y de la acción compartida.
Estos postulados, obviamente, despertaban recelos y rechazos en grupos de la sociedad inglesa de la época, sobre todo en los ambientes industriales donde la falta de educación y profunda sumisión en que se hallaban, los hacía incapaces de pensar una solución donde ellos tuvieran un rol protagónico. Pero había entre quienes constituían este grupo los que habían conocido y reflexionado las ideas de algunos pensadores que no tenían el brillo y la difusión de otros pero tenían era una visión muy aguda de cómo podrían encararse las soluciones del momento. Entre ellos, principalmente, el doctor William King, pastor protestante que insistía en la búsqueda de soluciones a través del esfuerzo propio y de la ayuda mutua, y Robert Owen, por muchos considerado el fundador de socialismo tradicional británico, que alentaba a los trabajadores a organizarse y a buscar la construcción de un nuevo mundo moral, como era el título de uno de sus libros.
Este grupo, entonces, intenta como un primer paso la solución de sus necesidades básicas. No se plantea cambiar o reformar el Estado, no se plantea la búsqueda de una sociedad nueva, de un día para el otro. Lo que se propone es empezar procurando la solución de lo que estaba al modesto alcance de ellos: resolver las necesidades elementales sin por ello abandonar las aspiraciones más elevadas.
Sus convicciones quedaron reflejadas en el estatuto de la Cooperativa de Rochdale. Se ponía en marcha un almacén para la provisión de artículos de primera necesidad de un grupo obrero de condición económica muy pobre. Por eso los primeros artículos que se pusieron a la venta eran los que se consumían diariamente en las mesas familiares. Pero en el estatuto se consignaba que este era el primer paso y que después vendrían otras actividades para ir paulatinamente solucionando las necesidades de mayor alcance del grupo. En definitiva, el secreto fue realizar lo posible. No empeñarse o postular de inicio grandes soluciones que en definitiva eran inalcanzables.
En consecuencia, el medio que podrían utilizar para la búsqueda de estas soluciones, era poner en común lo único que tenían: sus necesidades. Poniéndolas en común creaban una demanda organizada que podía servir para la búsqueda de mejores respuestas que las que podrían obtener individualmente. Este fue el secreto de Rochdale: aspirar a grandes soluciones pero comenzar por las que estaban al modesto alcance de las manos y de los esfuerzos de los trabajadores. Ello se hacía mediante la concentración de lo poco que podían tener en común y para organizar y orientar su actividad elaboraron un estatuto que les llevó mucho tiempo conformar puesto que no había un modelo al cual atenerse; la experiencia era original.
Es verdad que en ese tiempo habían proliferado intentos de creación de entidades obreras en la zona industrial del norte de Inglaterra para solucionar los problemas de los trabajadores, pero no habían logrado un modelo o fórmula que estuviera disponible como para ser reproducida. Incluso, los fracasos habían menudeado con efecto desmoralizante. Por eso es que, en definitiva, la elaboración del estatuto fue un trabajo ímprobo que debieron realizar los propios trabajadores; gente de limitada cultura.
En ese medio los que podían leer y escribir eran muy pocos. En consecuencia, los que podían trabajar en la redacción de los sucesivos borradores que se iban preparando eran los que podían captar las ideas que surgían de las discusiones para después ponerlas en común y validarlos mediante la aprobación general. Se trata de un proceso que, visto en perspectiva, tiene un significado ético y educativo extraordinariamente valioso, porque se estaban creando soluciones a partir de limitaciones muy grandes como las que padecía el conjunto.
Era un ambiente de pobreza y de incultura en el que fueron procurando organizar una solución. De allí que postularan mecanismos fundados en principios morales como, por ejemplo, las compras al contado. Con recursos tan limitados con los que disponían entendieron que la operación al contado, el no endeudarse, era una manera de ir construyendo su propia libertad económica. Normalmente, los obreros vivían sometidos por las deudas que contraían, por lo que eran incapaces de llevar adelante ninguna solución, ya que siempre dependían de quién les fiaba o hacía el préstamo.
El pago al contado era una manera de liberarse y junto con eso abría el camino al ahorro. A medida que podían ir liberándose del endeudamiento por esa vía encontraban la posibilidad de constituir magros, modestísimos. recursos que podían afectar a otras actividades para solucionar mayores necesidades. De esa manera se construía moralmente el este grupo y se aseguraba la viabilidad económica de la cooperativa, surgiendo un sentido de reivindicación y liberación que sólo se podía alcanzar mediante su propio esfuerzo.
En estas condiciones la Cooperativa de Rochdale fue encontrando su camino de una manera que no fue fácil demostrando una gran preocupación por la educación desde sus mismos inicios puesto que los trabajadores que la constituían conocían sus limitaciones y reconocían que la necesidad de educarse era impostergable, y que era la llave para acceder a mayores niveles de realización personal. Por eso, pese a lo limitado de sus recursos, tuvieron la visión de crear una comisión para que se dedicara a la educación; compraron diarios que no podían comprar individualmente, y los ponían a disposición en una sala de lectura junto son los libros que aportaban aquellos que sabiendo leer los ponían a disposición de los demás. Luego vendrían quienes enseñaban a leer a los otros, les abrían el camino y la vista hacia el nuevo mundo que la educación les prometía.
Este fue el camino que transitaron y haciéndolo de esa manera fueron logrando resultados que no solo consolidaron a la Cooperativa de Rochdale en los suburbios de Manchester, la gran capital industrial de mediados del siglo XIX, sino que fue irradiándose su influencia y se crearon otras cooperativas que encontraron en ella un faro que iluminaba su propia experiencia.
Luego se fueron vinculando y organizando entre sí; crearon un molino en forma conjunta para proveerse de harina; crearon la cooperativa mayorista; crearon una unión de cooperativas de la región y lograron que se sancionara la primera ley de cooperativas del mundo que brindó el cauce jurídico para que estas entidades pudieran desarrollarse.
Había nacido el Movimiento Cooperativo.
De ahí en adelante el estatuto y la experiencia de esta Cooperativa se convirtieron en una fórmula de alcance general que estimuló otras experiencias exitosas. Ese éxito, consolidado con gran esfuerzo a lo largo de varias décadas, hizo que el movimiento surgido de la Cooperativa de Rochdale y de las otras que se fueron creando, fuera exportándose a otras regiones e incluso trascendió su propio país. Este desarrollo inicial tuvo lugar de una manera totalmente ignorada por los estudiosos sociales y por los dirigentes políticos de la época.
Se empezó a lograr un resultado cuya trascendencia fue mucho mayor que la de ideologías, teorías y movimientos de la época, que parecía que iban a llevarse el mundo por delante y que al cabo de pocas décadas quedaron prácticamente en el archivo de las experiencias fallidas o de las prédicas intrascendentes que no modificaron el desarrollo histórico social y económico del país.
Esta fórmula rochdaleana alcanzó éxito a través de experiencias que se fueron realizando en otros países; fue la base del cooperativismo mundial. Vale decir que los principios que se derivaban del contenido del estatuto de Rochdale, fueron la inspiración del movimiento cooperativo, no solo de consumo sino del movimiento cooperativo en general. Ello así al punto que cuando la Alianza Cooperativa Internacional -contando con varias décadas de existencia- resolvió establecer una suerte de canon que permitiera determinar cuándo se estaba frente a una genuina cooperativa, lo que hizo fue estudiar la experiencia rochdaleana y desentrañar los principios que le sirvieron de fundamento. Tales principios fueron proclamados como principios universales del cooperativismo en 1937 en el Congreso de la Alianza realizado en París.
De manera que aquel germen surgido en 1844 en el norte de Inglaterra había ido desarrollándose paulatinamente e irradiándose para madurar en una declaración donde esa experiencia se mostraba como pauta básica para definir a la cooperación.
Este es el aporte de Rochdale al movimiento cooperativo mundial. A partir de entonces, cuando esa experiencia se fue ampliando, expandiendo y proyectando, dio lugar a otras formas de organización cooperativa, que no eran estrictamente de consumo como la originaria. Aparecieron amplios y ambiciosos desarrollos teóricos que fueron llevados adelante por notables estudiosos, especialmente economistas, que se preocuparon por analizar y proyectar el núcleo de la cooperación de consumo. Ese núcleo estaba contenido en los principios rochdaleanos y podía proyectarse para una acción transformadora de la sociedad con mayores alcances.
Así, Charles Gide, un eminente y reconocido profesor francés de economía, postuló su teoría del “reino del consumidor” establecido mediante un programa de etapas sucesivas según el cual el movimiento cooperativo podía llegar a abarcar a la economía en su conjunto, comenzando por la actividad de distribución minorista y mayorista, pasando luego a la actividad industrial y, por último, a la producción primaria. Así cubriría la economía que pasaría a estar organizada sobe la base de la satisfacción de las necesidades y no de la búsqueda del lucro. Este programa de Gide, que podía parecer utópico, tenía un sentido renovador muy profundo de todo el pensamiento económico.
A su vez, Ernst Poisson postuló su tesis de la” república cooperativa” conforme con la cual el desarrollo cooperativo podía llegar a cubrir todo el campo de la actividad económica por la virtualidad de sus leyes intrínsecas. Sostenía que hay leyes orgánicas de la cooperación -los principios cooperativos- y leyes del crecimiento cooperativo: la de adaptabilidad a todas las necesidades y la de crecimiento indefinido por virtud del principio de puertas abiertas; la combinación de unas y otras podría, en definitiva, converger en una verdadera economía cooperativa integral.
Vale decir que se estimuló grandemente el pensamiento teórico a partir de las experiencias concretas que las cooperativas de consumo habían venido desarrollando, lo cual hizo que la universalidad del cooperativismo corriera paralela a la universalidad del consumidor; es decir, el cooperativismo se consideró la manera de organizar al consumidor para resolver sus necesidades. Esta postura había sido barruntada por algunos economistas como Bastiat quien sostenía que había que acostumbrarse a pensar todo en función del consumidor, pero sabemos que en la economía política fundada prácticamente en las décadas previas a Rochdale por los grandes economistas clásicos ingleses, no había lugar para el consumidor ya que su centro era la producción. En virtud del aporte del cooperativismo se fue cambiando la óptica del pensamiento económico de algunos lúcidos economistas para hacer que este sustrato de la idea de autoayuda y trabajo en común fuera el motor para la organización de una nueva forma de economía que sirviera las necesidades universales del consumidor.
¿Adónde condujo este desarrollo? A que, en definitiva, la genuina defensa del consumidor se radicara en su propia organización. Vale decir que no se postuló -como algunas doctrinas señalaban- que todo debería ser resuelto por el Estado ni que la solución debía provenir exclusivamente del libre funcionamiento del mercado. Las fuerzas de la economía libradas a su propia capacidad irían encontrando los mecanismos para resolver los problemas, incluidos los del consumidor porque, en definitiva, el destino último de la actividad económica es el consumo. Entonces, de alguna manera las fuerzas del mercado se irían organizando de tal suerte que resolverían estos problemas.
La realidad mostró otra situación: ejemplos muy concretos prueban que la economía no se orienta espontáneamente a la defensa del consumidor como tampoco lo hace la acción estatal. El presidente de Francia A. Pinay, en una época tan difícil como fue la de la segunda postguerra, cuando buscaba la solución de los problemas de la distribución y el abastecimiento decía que el Estado no puede hacer gran cosa si los propios consumidores no se defienden por sí mismos. Esto lo reconocía la máxima autoridad del gobierno francés.
Cuando el presidente Kennedy en aquel famoso discurso de inauguración de las sesiones del Congreso a comienzos de la década del 60 se refirió al consumidor como el destinatario de toda la actividad económica dijo que consumidores éramos todos, pero que en definitiva el consumidor es el más débil, estaba reconociendo una situación necesitada de la organización de los consumidores, que no dependiera exclusivamente del Estado. Es que, a la postre, la defensa del consumidor por el Estado es, en general, una defensa ejercida sobre los efectos negativos que el mercado produce sobre los intereses de los consumidores; una defensa a posteriori, sobre las consecuencias. No es una forma de organizar la actividad económica de los consumidores para que ellos protagonicen su propia defensa.
En la etapa actual, la educación del consumidor es una educación distinta de la propaganda y de la publicidad. Esa educación es la base para que el consumidor asuma conscientemente los requerimientos de su propia defensa sin tender la mano hacia el funcionario ni esperarlo todo de los proveedores del mercado, aunque ello sea más cómodo. Los mecanismos de genuina capacitación del consumidor y la integración de las cooperativas en la búsqueda de la solución son la clave. Y en esa integración, no están solo las cooperativas de consumo, sino también las de otras actividades para una auténtica defensa del consumidor por vía del crecimiento de la actividad cooperativa en conjunto.
En el momento actual vivimos una pandemia cuyas consecuencias negativas resulta difícil exagerar pues serán seguramente más graves de lo que se ha pronosticado. Aumentará la pobreza, y eso significará la depresión a niveles aun más bajos de quienes se hallan en los estratos sociales inferiores. Por lo tanto, la situación de polarización económica y el uso irrestricto de los recursos naturales para buscar solución a las necesidades generales de la población demuestran que no hay otra salida que formar una ciudadanía responsable, culta, educada, que sea capaz de buscar la solución de sus problemas de una manera segura y responsable. Una manera que no consuma los bienes hoy y que las generaciones futuras tengan que padecer carencias.
El compromiso que el movimiento cooperativo de consumo tiene por delante es posibilitar el acceso generalizado al consumo, pero hacerlo de una manera segura y responsable para que el futuro no nos sea negado.
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